Documento 10. HILDEGARDA DE BINGEN

Atención, se abre en una ventana nueva. PDFImprimir

Relato autobiográfico

A Victoria Cirlot, Hildegard von Bingen. Vida y visiones, Madrid, Siruela, 1997.

Cuando tenía tres años vi una luz tal que mi alma tembló, pero a causa de mi infancia nada pude proferir al respecto.

A los ocho años fui ofrecida a Dios para la vida espiritual y hasta el quince vi mucho y explicaba alguna cosa de una manera simple. Los que lo sentían se quedaban admirados, preguntándose de dónde venía y de quién era. (…) Agotada de todo eso pregunté a mi nodriza si veía algo además de las cosas exteriores y me respondió que nada, porque no veía nada de aquello. Entonces, me sentí presa de un gran miedo y no me atreví a decir nada a nadie. (…) Por miedo a los hombres, no osaba decir a nadie lo que veía. Pero la noble mujer que me educaba lo notó, y lo explicó a un monje que conocía.

Por medio de su gracia Dios había tirado en aquella mujer un río de muchas aguas, de manera que no dio reposo a su cuerpo con vísperas, ayunos y otras buenas obras hasta que acabó la vida presente con un buen fin. Dios hizo visibles sus méritos a través de bellos signos. Después de su muerte continué viviendo de la misma manera hasta que cumplí cuarenta y dos años.

(…)

Durante un tiempo no podía ver ninguna luz por una niebla que tenía en los ojos, y un peso me oprimía el cuerpo de manera que no podía levantarme y se tumbaba con dolores muy fuertes. Sufrí eso para no manifestar la visión que se me había privado mostrada, sobre que tenía que trasladarme del lugar donde había sido consagrada a Dios en otro, junto con mis monjas. (…) Y aquí llegamos con veinte monjas nobles, nacidas en casas de padres ricos, sin encontrar ninguna vivienda ni ningún habitante (…).

Después de estas aflicciones llovió sobre nosotros la gracia de Dios. Pues muchos que antes nos habían tratado con menosprecio para considerar estéril inutilidad nuestro comportamiento, vinieron a nosotros ayudándonos y llenándonos de bendiciones. Muchos ricos enterraron con honor a sus muertos con nosotros (…). Entonces mi espíritu revivió, y así como antes había llorado en el dolor, ahora lloraba de gozo, porque Dios no me había olvidado ya que lo confirmaba distinguiendo aquel lugar y enriqueciéndolo con muchas cosas útiles y edificios. (…) Y me medio de todo eso acabé el libro "Scivias", según Dios quiso. Mi mente se había fortalecido, y me cuidé de mis hijas tanto en sus necesidades corporales como anímicas (…). A pesar de la fatiga por tantas tribulaciones, llevé a cabo el "Libro de los méritos de la vida", que me fue revelado por la gracia de Dios.

(…)

Después escribí el "Libro de las obras divinas" en el que, tal como Dios omnipotente me infundió, vi la altura, la profundidad y la anchura del firmamento y de qué manera han llegado a estar el sol, la luna, los luceros y todo el resto.